Aguachica - Arti2
   
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A pesar de estos movimientos, que de alguna manera eran indicio de un mejor porvenir, las posibilidades económicas de Aguachica siguieron limitadas por la falta de comunicaciones. Su vida económica dependía aún, en buena parte, del tránsito comercial entre Ocaña y los puertos del río Magdalena. La explotación de la tierra tenía pocas alternativas comerciales. Entre éstas, la cría de ganado vacuno sobresalía por su capacidad para adaptarse a las condiciones adversas de la región. Un reproductor normando, importado por la gobernación del Magdalena en 1938, contribuyó tanto al anecdotario local como al mejoramiento de la raza criolla. Esta se vio quizá más favorecida por la introducción de reproductores cebúes, como los importados por Dimas Sampayo y Antonio Romano. En la década de 1940, la mantequilla de Aguachica buscaba los mercados de Barranquilla, Plato y Calamar. Muchos ganaderos, como lo narran Hernández y Camelo Bogotá, invertirían recursos más tarde en los promisorios cultivos de algodón.

 

Las bondades del algodón de la región se habían reconocido desde tiempos coloniales. Sin embargo, sólo después de 1950 pudo despegar con empuje la explotación de la fibra en el Cesar. Hasta entonces, el cultivo algodonero se había concentrado en el departamento del Atlántico, en las riberas del río Magdalena cerca de Remolino y Sitionuevo, y en algunas zonas norteñas de Bolívar. Los incrementos en la demanda de la fibra habían motivado experimentos en la región del Sinú en la década de 1940. En los años siguientes, el cultivo tomaba auge en Codazzi, Becerril y Valledupar. El entusiasmo por el algodón motivó una expansión de dimensiones impresionantes: mientras en 1960 se cultivaban apenas unas 20.000 hectáreas en el Cesar, en 1970 más de 110.000 hectáreas se dedicaban a la fibra en el recién creado departamento.

 

Con esta bonanza del oro blanco se confunde la época moderna de Aguachica. Avances tecnológicos, como la introducción de pesticidas y nuevas semillas, la apertura de vías de comunicación, en particular la troncal oriental y la extensión del ferrocarril del Atlántico, pero por encima de todo la intensificación del movimiento migratorio que proveería mano de obra, capital y dinámica empresarial fueron las principales causas de esa "revolución agraria" que experimentó el sur del Cesar a partir de 1960.

 
Hernández y Camelo Bogotá describen cómo "un contingente de campesinos, recolectores, tractoristas y unos pocos cultivadores con experiencia emigran del Tolima hacia las tierras vírgenes del sur del Cesar". Los inmigrantes llegaron, en realidad, de los más variados rincones de Colombia y a ellos dedican Hernández y Camelo Bogotá varias secciones del libro en una serie de breves retratos biográficos que ilustran muy bien el origen social de estos empresarios del campo. Estos bocetos biográficos sirven también para contradecir la versión que tiende a identificar el cultivo de algodón casi exclusivamente con la existencia de grandes terratenientes.

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